La integralidad es una cuestión fundamental para la ciencia pero perturba mucho a los profesionales que detentan la profesionalidad científica. Por ejemplo en la medicina, muchas veces los médicos no son capaces de manejarse con la mirada integradora de la realidad. De esa manera llegan a actuar de la misma forma que los analistas y politicólogos con la trama social, llámense economistas, sociólogos, etc. Agarran (porque la agarran) la trama social y la analizan como economía, política, cultura, de tal forma que la despedazan. El resultado de su análisis ya no es una trama, sino fragmentos separados de lo que la constituía.
Algo así hace la falsa medicina con la persona.
Hemos percibido en Trujúy (y profundizado en “La Enfermedad Como Camino”) qué significa el síntoma. El síntoma de la enfermedad es para el hombre su mejor amigo, porque le estará diciendo lo que nadie le querrá decir. La enfermedad -y su síntoma- pone blanco sobre negro la sombra, o el aspecto no trabajado de la persona, de la organización, de la comunidad. No hablamos de individuos y preferimos hablar de sujetos, de subjetividad. La subjetividad es fundamentalmente relacional. No es posible concebir a la persona como ser aislado, lo comprendemos en sus relaciones. El sujeto es sobre todo lo que está siendo a través de sus relaciones.
Desde esta subjetividad es comprensible ese estar hasta las narices, que los autores de aquel libro le adjudicaban a la gripe. Para ellos la gripe evidenciaba ese estado en el sujeto, partiendo del principio de que toda enfermedad es social.
No he podido menos que pensar en nuestro estado de vulnerabilidad a la gripe porcina en el medio de las elecciones legislativas del 28 de junio. Todo nos puso hasta las narices. Los discursos, los medios, los comentarios de los conocidos, de los amigos, los dichos de la gente común. Un profundo embole nos atravesaba a todos, a los que estaban con unos, a los que estaban con otros, y a los indiferentes. A todos. La verdad, entendida como aquello que nos hace bien, no aparecía con su chispa de entusiasmo, de vitalidad, en casi ninguna posición discursiva de los actores político-mediáticos. Y en los espectadores del espectáculo, en la gente común, cada vez se escuchaban mas los comentarios en el colectivo, en la calle: “y…que se le va a hacer”…..”Dios dirá”…….”así es la vida”…. Comentarios no resignados a una realidad adversa, sino resignados a nunca develar, a nunca pronunciar lo que hay que pronunciar, a nunca nombrar lo que nos pasa.
En ese contexto entra la gripe porcina. Contexto de embole resignado. Contexto de embole pasivo. Contexto de embole adicto, porque no dice. Contexto de confusión mental, producido por los mensajes múltiples, pero ninguno vital. Ninguno capaz de hacernos reencontrar con uno mismo, con nosotros, con lo que deseamos, con lo que queremos.
Entra la gripe y nos mandan a casa. A seudo encontrarnos con nosotros en casa, para llenarnos de miedo todo el día frente al televisor, que no para de comunicarnos terror. Terror al otro. Miedo a todos. Limpiar con alcohol los rastros del otro, así como hace unos años debíamos poner dos gotitas de lavandina en el tanque de agua para enfrentar al cólera.
Las enfermedades son todas sociales, no nacen en las personas aisladas. El síntoma es un buen relator, hay que escucharlo.; y no podemos matar al mensajero. El síntoma de la enfermedad tiene sus causas, y ahí es donde hay que llegar para avanzar en salud. Me animo a afirmar que la causa de la gripe porcina en Argentina es un profundo embole social. ¿Cómo revertimos ese estado de embole? Tal reversión tiene dos momentos, el personal y el político. El primero apunta a la cualidad de mis vínculos. El segundo a la expresión política y social de una sociedad que se resiste a embolarse.
Habría que hacerse la pregunta.¿como hago para que la sangre me bulla? ¿Cuáles son las palabras que nombran lo que mas deseo? ¿Cómo comparto este deseo? ¿Cómo lo vivo y lo entramo con el deseo de otros? Como es una expresión política que potencia esa vitalidad? ¿Como institucionalizo nuevas ideas, nuevos pensamientos, mas veraces, mas acertados, mas vinculados a lo que me pasa? Para los griegos, entusiasmo -que es una palabra que tiene teo: dios en el medio- era estar imbuido del espíritu de los dioses. Y ojo que los dioses griegos sabían reír, llorar, tomar vino, bailar, hacer el amor, ¡pecaban…! etc. ¿Cómo hago para vivir entusiasmado?
El embole que sentimos es que pareciera que se nos quiere convencer de que a la vida hay que vivirla disciplinados, callados, hablando pero callados, escuchando a maestros que saben mas que uno y que nos enseñan el camino de la vida. La cosmovisión resultante nos dice que esta vida es un calvario, y más vale que pase pronto, de modo que la única forma de vivirla es somnolientamente, medio en pedo, desmayada la conciencia en manos de las adicciones. Adicciones de falsa verdad, de seudo superioridad, de revolución, de silencio, de moverse para no ir a ningún lado, de amar para no amar a nadie. Adicción a la dependencia, adicción al torrente de palabras, para nunca decir nada.
Lejos de aislarnos, deberíamos juntarnos a creer en nosotros. A escucharnos. No podemos escuchar nuestro interior estando aislados. Juntarnos a hablar, pero no boludeces, cosas sin arraigo y para matar el tiempo. Juntarnos a trabajar el difícil arte de crear las situaciones y las palabras que nos pronuncien. A historizar nuestras experiencias, a develar cómo nos ha pegado a cada uno la historia vivida en el país. A emocionarnos. A vincularnos para curarnos de escepticismo, de desconfianza, de tristeza. Juntarnos para darnos ánimo, o ánima, o animarnos. Animarnos a ser lo que queremos, pulverizando en el aire al virus porcino, o mejor dicho, al mensaje acallador y entristecedor, charlatán y mentiroso, gritador de una falsa alegría, exhibidor de un falso entusiasmo, que se mete por todos lados y nos embola tan profundamente.
Juan Ricci