miércoles, 25 de mayo de 2011

YO QUIERO

Yo quiero estar junto a los olvidados, a los que sufren marginación, a los que se encuentran privados de instrucción, a los que viven cada día una batalla por la vida....Porque a pesar de que no es mi situación, ahí encuentro mi sustancia vital, la raíz histórica y el fundamento de todas mis luchas políticas y de ahí emanan la filosofía que me inspira, la cultura que abrazo y la mística y la potencia de todos mis actos. Mi brazo es mi abrazo. Y sin quererlo me siento hermano de los verdaderos héroes de mi tierra, conocidos y desconocidos, cuyos arrojos comprendo, y sus soledades acompaño, y en el devenir de esa lealtad encuentro, a mi manera, felicidad y porvenir.

Cuartel V, 25 de mayo de 2011.

miércoles, 11 de mayo de 2011

EL TESTIMONIO DEL CHACHO PEÑALOZA

José Hernández desarrolla una investigación periodística sobre la muerte del Brigadier General Ángel Vicente Peñaloza, ocurrida el 12 de noviembre de 1863. En ella, en referencia a las flagrantes contradicciones que va encontrando en las informaciones presentadas por el mitrismo y sus distintos personajes, dirá (como Rodolfo Walsch en Operación Masacre): “Miente uno?...¿miente el otro?...¡mienten los dos!...”. Pero antes de la muerte, vean este suceso de nuestra Historia:

Después de Pavón, el Chacho levanta la bandera federal abandonada por Urquiza. Cabalga sin sombrero, ceñida la blanca melena con una vincha gaucha, seguido por cientos, y pronto miles de paisanos con sus caballos de monta y de tiro, y una media tijera de esquilar atada a una caña como lanza.

De La Rioja a Catamarca, de Mendoza a San Luís, de Córdoba a San Juan, la montonera crece levantando voluntarios en marcha triunfal. En los Llanos, el caudillo es imbatible. Por eso, el gobierno nacional manda al sacerdote Eusebio Bedoya a ofrecerle la paz. El Chacho acepta complacido y se fija el paraje de La Banderita para el cambio solemne de las ratificaciones y de los prisioneros de guerra. El acude con sus tenientes y montonera en correcta formación. El ejército de línea, conducido por los jefes mitristas Rivas, Arredondo y Sandes -los dos últimos orientales-, rodean a Bedoya.

José Hernández narra la entrega de los prisioneros nacionales tomados po
r el Chacho. "¿Ustedes dirán si los han tratado bien?", pregunta éste. "¡Viva el general Peñaloza!", fue la única respuesta.


Luego el riojano se dirige a los jefes nacionales: "¿Y bien, dónde están los míos?... ¿Por qué no me responden?... ¡Qué! ¿Será cierto lo que se dice? ¿Será verdad que todos han sido fusilados?"...
Los jefes militares de Mitre se mantenían en silencio, humillados; los prisioneros habían sido todos degollados sin piedad, como se persigue y se mata a las fieras de los bosques; las mujeres habían sido arrebatadas por los invasores... Al decir del joven periodista Hernández, formado en el periódico “La Reforma Pacifica” de Nicolás Calvo -su maestro en esas artes- Bedoya y los propios jefes militares, conmovidos, sienten asco por haberse mezclado en la negociación.La ilustración muestra a los gauchos de Peñaloza prisioneros de los oficiales de Mitre y Sarmiento. Todos serán muertos...y a lanza, para ahorrar balas.

A principios del mes de noviembre de 1863 el capitán Roberto Vera de las fuerzas nacionales mitristas sorprende a un par de docenas de seguidores de Peñaloza. "Acto continuo se les tomó declaración", dice el escueto parte de su superior, el mayor Pablo Irrazábal: seis murieron pero el séptimo habló.... Irrazábal lo manda a Vera con 30 hombres al refugio del caudillo, donde lo encuentra desayunando con su hijo adoptivo y su mujer.

El Chacho sale a recibirlo con un mate en la mano y, entregando su facón -en cuya hoja rezaba la leyenda "el que desgraciado nace / entre los remedios muere"-, le dice al capitán: "estoy rendido". Vera lo conduce a uno de los cuartos y le pone centinela de vista. Y le comunica el suceso a Irrazábal. El mayor no tarda en aparecer. Entra al cuarto y pregunta de un grito: "¿quién es el bandido del Chacho?". Una voz calma le contesta: "yo soy el general Peñaloza, pero no soy un bandido".

Inmediatamente, y sin importarle la presencia del hijastro y de doña Victoria Romero de Peñaloza, el mayor Pablo Irrazábal toma una lanza de manos de un soldado y se la clava en el vientre al general. Después lo hizo acribillar a tiros. Y mandó cortarle la cabeza y exhibirla clavada en una pica en la plaza del pueblo de Olta. Sarmiento, que nada deseaba más que esa muerte, le escribe a Mitre el 18 de noviembre: "...he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".

Sin embargo Alberdi dirá:“Artigas, López, Güemes, Quiroga, Rosas, Peñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución: son sus primeros soldados” (Alberdi, Juan Bautista. Los Caudillos. Colección Grandes Escritores Argentinos.). Por esta actitud de Alberdi, que en ese momento estaba en Paris, y otras relacionadas con su repudio al tratado de la Triple Alianza, Alberdi también será declarado infame traidor a la patria.

Fuente: J M Rosa.

Juan Ricci

sábado, 7 de mayo de 2011

HISTORIA DE UN MILITANTE: FELIPE VARELA


Felipe Varela tenia un campo en Guandacol, Catamarca, y era coronel de la Nación, pero por haber sido lugarteniente del Chacho Peñaloza se lo habia borrado del cuadro de oficiales del ejercito regular, y los diarios mitristas lo llamaban “bandolero” como al Chacho. Cuando Peñaloza es asesinado, Varela se exilia en Chile, desde donde conoce el texto (revelado desde Londres) del infame Tratado de la Triple Alianza declarando la guerra al Paraguay. No lo pensó dos veces, dio orden de que vendieran su campo, y compró con el producto unos pocos fusiles y dos cañones, con los que equipó como pudo a un puñado de compatriotas de su Patria Grande. Y sus ultimas monedas las gastó...¿en una banda de música...! que lo acompañaría siempre, alentando las futuras cargas de su “Ejercito de la Union Americana”. La noticia del arribo a Jachal del coronel con dos batallones de cien plazas, su armamento y su banda de música corrió como un rayo entre los contrafuertes andinos. Cientos, y luego miles de gauchos de San Juan, La Rioja , Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba sacaron de su escondite la lanza de los tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia, ensillaron el mejor caballo y, con otro de la brida, galoparon hacia el estandarte de enganche.


A los quince días el coronel contaba más de 4.000 plazas con apenas 100 carabinas. No hay uniformes, ni falta que hacen: la camiseta de frisa colorada es distintivo suficiente; un sombrero de panza de burro adornado con ancha divisa roja (“¡Viva la Unión Americana ! ¡Mueran los negreros traidores a la patria!”) protege del sol de la precordillera. Hay también una disciplina inflexible: “un soldado de la Unión Americana debe ser ejemplo de humanidad, buen comportamiento y obediencia”. Por las tardes, Varela les lee la Proclama que ha ordenado repartir por toda la República :

MANIFIESTO

“¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas del caudillo Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupaytí. Nuestra nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.

“Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre.

“¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia! ¡Cincuenta mil víctimas inmoladas sin causa justificada dan testimonio flagrante de la triste e insoportable situación que atravesamos y es tiempo de contener! “¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lágrimas y la sangre paraguaya, argentina y oriental!

“Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas.

“¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará el enemigo. Allí os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte vuestro jefe y amigo, el coronel Felipe Varela”.

El 10 de abril de 1867, en torno al jagüel de Vargas, en el camino apenas saliendo de La Rioja a Catamarca, durante siete horas desde el mediodía hasta el anochecer, se libraría la batalla más sangrienta de nuestras guerras civiles.

Los primeros días de abril el ejército “nacional” (mitrista) del Noroeste, al mando de Tabeada había tomado La Rioja, aprovechando la ausencia de su caudillo, por lo que el coronel Felipe Varela decidió volver sobre sus pasos para liberarla.
Al frente de los batallones de su montonera iban los famosos capitanes Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y Sebastián Elizondo.

En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó caballerescamente a Taboada “a decidir la suerte y el derecho de ambos ejércitos” en un combate fuera de la ciudad “a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni V.S. podremos evitar”. Pero Taboada no era caballero y no respondió. Ubicó sus fuerzas en el Pozo de Vargas, una hondonada de donde se sacaba barro para ladrillos, en el camino por donde venían las montoneras.

El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a todo galope y sin descanso. Mientras, los “nacionales” habían destruido los jagüeles del camino, dejando solamente el de Vargas, a la entrada misma de la ciudad, a un par de kilómetros del centro. Taboada les dejará el pozo de agua como cebo, disimulando en su torno los cañones y rifles; sus soldados eran menos que los guerrilleros, pero la superioridad de armamento y posición era enorme.

En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo y fue recibida por el fuego del ejército de línea. Una tras otra durante siete horas se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada. En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército –que hacían de enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también empuñaban la lanza con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas apretaban- se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe. Se llamaba Dolores Díaz pero todos la conocían como “ la Tigra ”. En ancas de la Tigra el caudillo escapó a la muerte.

Al atardecer de ese trágico día de otoño se dieron las últimas y desesperadas cargas, y con ellas se terminaron de hundir todas las esperanzas de un levantamiento federal del interior en favor de la nación paraguaya de Francisco Solano López y la “guerra de la Unión Americana ”. Con un puñado de sobrevivientes apenas, Felipe Varela dio la orden de retirada, diciendo –despechado- al volver las bridas: “¡Otra cosa sería / armas iguales!”.

La retirada se hizo en orden y Taboada no estaba tampoco en condiciones de perseguir a los vencidos. Pero del aguerrido y heroico ejército de 5.000 gauchos que llegaron sedientos al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres la noche de ese dramático 10 de abril de 1867. Los demás han muerto, fueron heridos o escaparon para juntarse con el caudillo en el lugar que los citase, que resultó ser la villa de Jáchal. Pero Taboada también había pagado su precio: “La posición del ejército nacional –informa a Mitre- es muy crítica, después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite cómo reponer sus pérdidas”. En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.

Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Felipe Varela o el Quijote de los Andes, era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y los razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. Aunque fuera una locura. Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a este Quijote todo un pueblo lo seguiría por los llanos.

Después del desastre de Pozo de Vargas no se siente vencido. Llega a Jáchal entre el repique de las campanas y el júbilo del pueblo entero. A los pocos días sus fuerzas aumentan con los dispersos que llegan de todos los puntos cardinales y se dispone a marchar por los llanos. En los altos de la marcha, los sobrevivientes van cantando la letra original de la zamba de Vargas:

Los “nacionales” vienen
¡Pozo de Vargas!
tienen cañones y tienen
las uñas largas.
¡A la carga muchachos,
tengamos fama!
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre Varela,
que bien pelean sus tropas
en la humareda.
¡Otra cosa sería
armas iguales!

Luego el ejército mitrista se apropiaría de esa música y le cambiaría la letra a la zamba de Vargas.
El coronel es baqueano de la cordillera. Deja la villa y por escondidos senderos se interna en las montañas para caer por sorpresa en los lugares más inesperados. Es una guerra de recursos, difícil, pero la única posible cuando no se tienen armas y se sabe que la inmensa mayoría de la población le apoyará y seguirá. Como un puma se desliza entre sus perseguidores. No se sabe donde está. Diríase que está en todas partes al mismo tiempo. No se le hace posible a los jefes nacionales arriar gente como ganado, formando contingentes “voluntarios” para la guerra del Paraguay, porque siempre temen que Varela se descuelgue de los cerros y ponga en libertad a los forzados como hizo el otro Quijote, el de la Mancha , con los galeotes.
Cuerpeando las divisiones nacionales, Varela se desliza por los pasos misteriosos de la cordillera. En octubre, mientras se lo supone en San Juan y se lo espera en Catamarca, baja de la cordillera con mil guerrilleros, esquiva a los “nacionales” que han corrido a cerrarle el paso, y al galope va a Salta donde espera proveerse de armas y alimentos. Toma la ciudad por una hora escasa (aunque los defensores contaban con 225 entre escopetas y rifles contra 40 de las montoneras). De allí siguió a Jujuy y por la quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Melgarejo –en ese momento simpatizante del Paraguay- le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un manifiesto explicando su conducta y prometiendo el regreso.

Cuando Mitre terminó su presidencia y es reemplazado por Sarmiento, se esperó por un momento que terminase la guerra con Paraguay. No hubo tal cosa, y eso decide el regreso de Varela. (También que Melgarejo ha cambiado de opinión y ahora está muy amigo de Brasil).

El coronel, con escasos seguidores y sin armas de fuego, toma el camino de Antofagasta. Su hueste no alcanza a cien gauchos. Pero en Buenos Aires temen una “invasión”, o una pueblada, por lo que mandan al general Rivas, al coronel Julio A. Roca y a Navarro a acabar definitivamente con el ejército gaucho. No tremolará mucho tiempo el estandarte de la Unión Americana en la puna de Atacama. Basta un piquete de línea para abatirlo en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869. Los dispersos intentan volver a Bolivia, pero Melgarejo lo impide.

Toman entonces el camino de Chile. Cuando llega, y dada la fama del caudillo, el gobierno chileno (afin al argentino) manda un buque de guerra para desarmar al “ejército”. Encuentran un enfermo de tuberculosis avanzada y dos docenas de gauchos desarrapados y famélicos. Les quitan las mulas y los facones y los tienen internados un tiempo. Después los sueltan, vista su absoluta falta de peligro. Varela se instala en Copiapó, donde morirá el 4 de junio de ese año. “Muere en la miseria –informará el embajador Félix Frías al gobierno argentino- legando a su familia que vive en Guandacol, La Rioja , sólo sus fatales antecedentes”.

Varela nos dejó a los argentinos su magistral legado de nobleza de alma, dignidad, claridad politica y su coraje militante decidido a empezar siempre de nuevo desde la nada. Y nos dejó tambien una creación esencial de nuestro patrimonio cultural, al traer la zamacueca chilena que tocaban sus músicos para distraer los ocios y entonar el combate de las montoneras. Tal vez la tierra argentina y el acento del canto de los gauchos hizo mucho más lánguidos sus compases. Lo cierto es que en los fogones de Jáchal y en los llanos riojanos nacerá la zamba, que rápidamente se extenderá por toda la región.
Fuentes:
- Agenda de Reflexión Nº 271, Año III, Bs.As. Lanzas contra fusiles. Investigación histórica de José María Rosa.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar