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José Hernández desarrolla una investigación periodística sobre la muerte del Brigadier General Ángel Vicente Peñaloza, ocurrida el 12 de noviembre de 1863. En ella, en referencia a las flagrantes contradicciones que va encontrando en las informaciones presentadas por el mitrismo y sus distintos personajes, dirá (como Rodolfo Walsch en Operación Masacre): “Miente uno?...¿miente el otro?...¡mienten los dos!...”. Pero antes de la muerte, vean este suceso de nuestra Historia:
Después de Pavón, el Chacho levanta la bandera federal abandonada por Urquiza. Cabalga sin sombrero, ceñida la blanca melena con una vincha gaucha, seguido por cientos, y pronto miles de paisanos con sus caballos de monta y de tiro, y una media tijera de esquilar atada a una caña como lanza.
De
José Hernández narra la entrega de los prisioneros nacionales tomados por el Chacho. "¿Ustedes dirán si los han tratado bien?", pregunta éste. "¡Viva el general Peñaloza!", fue la única respuesta.
Luego el riojano se dirige a los jefes nacionales: "¿Y bien, dónde están los míos?... ¿Por qué no me responden?... ¡Qué! ¿Será cierto lo que se dice? ¿Será verdad que todos han sido fusilados?"...
Los jefes militares de Mitre se mantenían en silencio, humillados; los prisioneros habían sido todos degollados sin piedad, como se persigue y se mata a las fieras de los bosques; las mujeres habían sido arrebatadas por los invasores... Al decir del joven periodista Hernández, formado en el periódico “
A principios del mes de noviembre de 1863 el capitán Roberto Vera de las fuerzas nacionales mitristas sorprende a un par de docenas de seguidores de Peñaloza. "Acto continuo se les tomó declaración", dice el escueto parte de su superior, el mayor Pablo Irrazábal: seis murieron pero el séptimo habló.... Irrazábal lo manda a Vera con 30 hombres al refugio del caudillo, donde lo encuentra desayunando con su hijo adoptivo y su mujer.
El Chacho sale a recibirlo con un mate en la mano y, entregando su facón -en cuya hoja rezaba la leyenda "el que desgraciado nace / entre los remedios muere"-, le dice al capitán: "estoy rendido". Vera lo conduce a uno de los cuartos y le pone centinela de vista. Y le comunica el suceso a Irrazábal. El mayor no tarda en aparecer. Entra al cuarto y pregunta de un grito: "¿quién es el bandido del Chacho?". Una voz calma le contesta: "yo soy el general Peñaloza, pero no soy un bandido".
Inmediatamente, y sin importarle la presencia del hijastro y de doña Victoria Romero de Peñaloza, el mayor Pablo Irrazábal toma una lanza de manos de un soldado y se la clava en el vientre al general. Después lo hizo acribillar a tiros. Y mandó cortarle la cabeza y exhibirla clavada en una pica en la plaza del pueblo de Olta. Sarmiento, que nada deseaba más que esa muerte, le escribe a Mitre el 18 de noviembre: "...he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".
Sin embargo Alberdi dirá:“Artigas, López, Güemes, Quiroga, Rosas, Peñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución: son sus primeros soldados” (Alberdi, Juan Bautista. Los Caudillos. Colección Grandes Escritores Argentinos.). Por esta actitud de Alberdi, que en ese momento estaba en Paris, y otras relacionadas con su repudio al tratado de
Fuente: J M Rosa.
Juan Ricci
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