miércoles, 19 de enero de 2011

Los Consejos de la Comunidad segun Alberdi

DE JUAN BAUTISTA ALBERDI

-¿ Quién dará al pueblo la educación del gobierno de sí mismo, si no se la dá él propio, como el primer interesado en asumir ese gobierno? No es natural que el gobierno delegado o titular que ejerce su poder, por causa de su incapacidad se apresure a darle la capacidad que debe poner fin a su delegación cómoda y lucrativa. Para que el pueblo no aprenda jamás a gobernarse a sí mismo, es decir, a ser libre, no hay más que darle el cuidado de ese aprendizaje al único que tiene interés en retardarlo o eludirlo, que es el gobierno delegado. El gobierno hará el aparato de enseñarle, pero su enseñanza tendrá por objeto educarlo en el olvido o desconocimiento del gobierno de sí mismo.

-La ignorancia del pueblo en el gobierno de sí mismo es una mina de poder para los gobernantes sin probidad, que son los negreros de sus compatriotas, al favor de esa ignorancia. Es en fuerza de esa ignorancia que el pueblo cree que elige lo que sus gobernantes le hacen pensar; cree que por sí mismo hace todo cuanto hace y la verdad es que nada hace, si no lo que el gobierno le hace hacer. Cree que es poseedor y en realidad es poseído. Se figura que es soberano y señor de sí mismo y en realidad es vasallo servil de sus gobernantes. Porque su nombre y su poder son invocados en los actos de sus gobernantes tal pueblo se considera garantido contra el despotismo y no percibe que es oprimido sin refugio, porque es oprimido con su propia soberanía y en su propio nombre; de que su tiranía es indestructible, precisamente porque es tiranizado con su propio poder o libertad. Sólo en este sentido burlesco puede decir que se gobierna a sí mismo y que es libre un pueblo dotado de tal ignorancia. Y no es otro, ni puede ser otro, el modo de ser libres de los pueblos que carecen de la inteligencia, de la educación de la costumbre de gobernarse a sí mismos, en la cual consiste toda la libertad política.

Pero es condición esencial de la libertad moderna que una parte de su ejercicio sea delegada por el país a un cierto número de mandatarios o representantes. Así, el gobierno del país por el país , en que consiste la libertad verdadera, lejos de excluir la existencia de un gobierno delegado por el país gobernante, no puede un pueblo soberano gobernarse a sí mismo si no es por medio de delegados que desempeñen en su nombre la gestión de su poder o libertad colectiva, en la forma, en el número de funciones y en los objetos determinados por una gran ley que se llama Constitución.

· Esta reserva es la condición natural de toda delegación discreta. El que delega todo su poder y no se reserva ninguno se constituye esclavo, siervo o pupilo de su mandatario. No hay más que un medio para impedir que el mandatario ceda al infierno natural de apropiarse el poder ajeno y depositado en sus manos, es que el país se reserve otra porción de su poder para impedirle ese abuso, siempre posible y casi siempre probable.

· Para conservar entero este poder, que el país se reserva en garantía del que delega, debe ejercerlo incesante y continuamente. Lo mismo es dejar de ejercerlo por un día que empezar a perderlo hasta no ejercerlo absolutamente. Así, es otra condición esencial de la libertad que el país intervenga sin interrupción en la gestión de su gobierno sin abstenerse jamás; porque abstenerse es abdicar su libertad, es entregarse a manos de los que no se abstienen, es poner la libertad de cada uno en poder de los hombres o del partido que gobierna. Los que se abstienen de intervenir en la política de su país pierden el derecho a quejarse de que son despotizados, porque son ellos mismos los que se dan el déspota del que se quejan. En este sentido es indudable que el despotismo vive en el pueblo abstinente y flojo, no en el déspota erigido por esa flojedad. La abstención de la vida política, lejos de probar buen juicio y sensatez, prueba imbecilidad, incuria, vicio y degradación. También es indudable que si la abstinencia en general es un suicidio, la no abstención en casos dados es una prostitución.

· Abstenerse en Sudamérica es, a menudo, dejar sus destinos en manos de los pícaros; pero mezclarse en la política es a menudo enterrarse en la basura de su país. Hay un tercer partido que tiene un pie en la abstensión y otro en la política. Este es el peor, pero es el más seguido, porque se impone por dos fuerzas irresistibles aunque contradictorias: el interés de su dignidad y el de la preservación de su vida y bienes. La gente honrada en Sudamérica está embarcada en un buque de piratas: el que quiere vivir y valer algo tiene que contamplar a los capitanes de la nave. El pirata, sin embargo, no le impedirá llegar a puerto, a condición de no abstenerse.

· El que renuncia a ejercer su libertad no renuncia a un placer, renuncia a su propiedad privada, a su honor, a su hogar, a todo lo más caro que el hombre posee en la tierra, pues la libertad o la intervención del ciudadano en la gestión política o el poder colectivo del país, no tiene más objeto, en último resultado, que asegurar y ganatir aquellos beneficios.

-Ante el más encumbrado gobernante el país es siempre su soberano. Mejor entienden y practican los pueblos su dignidad de soberanos cuando en vez de gobernar hacen gobernar, que no los reyes absolutos cuando en vez de hacer gobernar gobiernan ellos mismos, pues entonces obran como meros capitanes de buques o meros intendentes de su propio reino. Pero hacer gobernar de un modo digno no es dejar gobernar hasta abandonar el gobierno para no ocuparse de él. Todo soberano ( incluso el soberano pueblo) paga su pereza con su corona. Hacer gobernar es vigilar, dirigir, inspirar, conducir, y esta es la alta función que el pueblo ejerce cuando practica la soberanía que se ha reservado por la ley de sus leyes, para no perder su trono ni los derechos de sus individuos.

Esta porción de su gobierno que el país se reserva para ejercer directa e inmediatamente por sí mismo, se compone, más o menos, de los siguientes poderes, atribuciones y garantías

"1- La libertad o el poder de elegir a sus mandatarios, delegatarios o representantes.

2- La libertad o el poder de discutir los actos y la conducta pública del poder delegado; de instruír, de aconsejar, de informar, de censurar, de desaprobar, de combatir sus medidas por todos los medios y vías de publicidad institucional.

3- El poder o la libertad de celebrar congresos o reuniones para discutir en público por la palabra, la conducta del gobierno, las medidas que el país desea, las cuestiones públicas que interesan a una institución, a una elección, a un trabajo, a un cambio o reforma de utilidad general.

4- El poder o la libertad de perpetuar estas asociaciones como medio de mantener un espíritu público, una opción general, siempre dispuesta a ser consultada y manifestada en casos necesarios.

Juan Bautista Alberdi.

Párrafos de "Peregrinación de Luz del Día"- Año 1871.

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