viernes, 22 de mayo de 2009

EL TIEMPO DE OTRA CULTURA


La Economía Social no puede ser el proyecto seudo alternativo de un conjunto de empresas capitalistas disfrazadas de cooperativas y mutuales encubriendo una operación lucrativa para ampliar beneficios económicos que no serán distribuidos ni equitativa ni cooperativamente. No puede ser un entretenimiento de intelectuales ni tampoco una propuesta caritativa, de la mano de la academia universitaria y de las ONGs. Al asociativismo formal y a la academia les resulta muy natural la escisión del discurso con la sistematización de prácticas afines a la importación de modelos ajenos, a la jerarquización del saber “científico” y sus variantes económicas, a la competencia acumulativa (de saberes, de bienes, de papers, de cargos, de honorarios) y al repliegue autoreferencial. Las ONGs, ya lo sabemos, han constituido en muchos casos la extensión privatizada de las políticas del Banco Mundial en nuestros países.
La economía social no puede ser sino propuesta política transformadora, y por lo tanto, si no quiere confundirse con una versión mas o menos agiornada de la economía clásica no debería inspirar su accionar en las propuestas existentes en los escaparates comerciales de la modernidad (determinadas políticas, proyectos, metodologías, inversiones, subvenciones, conceptos, definiciones, formas de ver al mundo).
Si hay algo que define a los militantes que fundan su pensamiento en esta corriente es la creatividad. Necesariamente la creatividad parte de lo existente, pero su producto va mucho más lejos que eso. El creador no derrumba muros para construir después. Construye, y mientras lo hace hay algo que se va cayendo, que se convertirá en sustrato. El no mira eso, está concentrado en la construcción.
Si la economía social quiere ser, debe ser ahí. Ser ahí significa incidir, cortar, acontecer. El ser ahí es un acontecimiento que vincula las necesidades de hoy con las luchas históricas; lo social y lo político. Implica romper con un “tiempo” que mide y fija cosas, que tiene una linealidad, que se sirve de las formas mas codificadas de la información, mas serializadas del mercado, mas universalizadas de la subjetivación, para reducir las relaciones a un modo homogeneizante y desterritorializado. Ese tiempo es el inherente a la cultura capitalista, no puede ser el de la economía social.
“Los procesos de subjetivación, esto es las diversas maneras por las cuales los individuos y las colectividades se constituyen como sujetos, solo valen en la medida en que, cuando acontecen, escapan tanto a los saberes constituidos como a los poderes dominantes” (Deleuze, Derrames). Es en esa línea de fuga que se instaura un acontecimiento, un devenir, un nuevo espacio tiempo, es decir, se engendra lo naciente.
De esa forma, el cambio que anhelamos no está en la cima del tiempo, al final de la historia, sino en la inmanencia del devenir transformador y transformante de las personas fundado en la posibilidad de producir acontecimientos que nos liberan de nuestra mismidad, de nuestra continuidad de identidad, que significaría inventar nuevas formas de vivir, de subjetivarnos, de insubordinarnos, formas que promuevan “nuestro propio y demiúrgico esplendor”. (Peter Pal Pelbart, 11). Para cortar, incidir, cambiar, la militancia de la economía social no puede quedar homogenizada en el transformismo político o asociativo, ni en la academia, ni en ningún poder dominante, ni en las naturalizaciones que igualan, ni en las series del mercado, ni siquiera en la propia identidad. De lo contrario el resultado de nuestras prácticas no diferirá gran cosa de las consecuencias del modo de vida capitalista que pretendemos cuestionar. J. Ricci . La obra es del artista Julián Althabe

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