lunes, 4 de mayo de 2009

SOBRE CIERTA HISTORIA PERSONAL

En las épocas de la militancia en los setenta y mas tarde durante mi trabajo en El Colmenar, recuerdo que nos proponíamos que los “vicios y liberalidades” del sistema no tuvieran eco entre nosotros. Para eso nos reuníamos al final de la jornada, nos criticábamos, reflexionábamos y nos sancionábamos. Concientes o no en aquel momento, me parece que ese era uno de los elementos más fuertes de nuestra resistencia y de nuestra militancia. Podíamos creer en un mundo diferente, que estaba a nuestro alcance, porque estábamos decididos a no ser como era la sociedad, y no teníamos dudas de que el ejercicio de prácticas de vida distintas, daría como resultado la posibilidad de una sociedad distinta. Además, pensábamos que jamás venderíamos nuestras ideas ni por todo el oro del mundo.
En los años posteriores, el capitalismo nos mostró lo que era: la capacidad de desmalezar el terreno de todo aquello que obstruyera la posibilidad de comerciar. Esta impronta le venía desde sus orígenes, al final de la Edad Media borrando los estamentos y creencias feudales y dejando al hombre solo frente al cálculo económico elemental del comercio y la empresa, que se imponían como una racionalidad natural.
Es el tiempo “duro” de la primera modernidad del capitalismo en su fase industrial: la comunidad, el barrio, la familia, la fábrica fordista. Pero la modernidad se definirá por su perpetua y obstinada decisión de expansión y crecimiento, de modo que en la “segunda modernidad” que comenzó en los 90, se propuso diluir o licuar todos esos sólidos, que ahora constituían un obstáculo para el fluir permanente del poder. Era necesario convertir en “líquidos” los compromisos mutuos, las limitaciones territoriales, los vínculos cercanos, los afectos, las lealtades. Inclusive la misma trama social, en cuanto estructura sólida sería contraproducente a la movilidad y efectividad de ese poder que necesita derribar muros, controles y fortificaciones sociales para establecer en ese lugar la precariedad, la fragilidad y la vulnerabilidad.
Esas son las condiciones que requiere ese poder para fluir.
Como dice Bauman, la nueva modernidad tiene inscriptas en su puerta las condiciones impuestas para vivir en “libertad”: primero, la aceptación de la naturaleza irreversible de esta situación. Y segundo, el reconocimiento por parte del individuo de su responsabilidad frente a la sociedad. Lo primero significa abandono de toda esperanza de cambio social; y lo segundo implica que la sociedad se retira y deja a la persona sola sobre su autoafirmación. El individuo como único actor frente al descomunal despliegue de las fuerzas más poderosas de la historia.
Por las dos vías, el adiós a la política.
Esa batalla nos la ganó el capitalismo. De algún modo fuimos cooptados por el liberalismo. No fuimos capaces de develar que la libertad que teníamos era solo para elegir entre opciones impuestas, y que nos faltaba la más importante: la que elaboráramos nosotros, desde nuestra creatividad. La única que pensaba en nosotros, que nos cuidaba. Porque esta claro que nos cuidamos.
Esa particular creatividad estuvo ausente en el desenlace de nuestra historia en el Colmenar; y no nos fue dado más que elegir entre las ofertas que se exponían como tentadoras mercancías en el bazar de la sociedad.

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